Feliz inanidad
Debe ser la Navidad, donde, salvo alguna cosa como el turrón
duro, todo se ablanda. Mi corazón, que no es tan grande como el del camarero de
la lotería, no puede por menos que reconocer el mérito y la gran labor del
Gobierno. Y no lo digo porque el caviar, la langosta y el cava vayan a correr
por las mesas liberadas de la crisis, tal y como nos anunció el que ha montado
este belén. Sin duda, la inanidad,
cuando no la inquina, de los que nos gobiernan nos hace sacar lo mejor de
nosotros mismos. Gracias a nuestro inquilino de la Moncloa son cada vez más
numerosos los que sienten, a flor de piel, el célebre “vuelve a casa por
Navidad”; pues son miles de jóvenes los
que han tenido que coger la maleta para encontrar un futuro. Estamos ante el
culmen de la celebración de la solidaridad familiar y ciudadana. Sin el aliento
de los más cercanos y de las personas más comprometidas; los golpes de la
reforma laboral y de los recortes en educación, sanidad y servicios sociales hubieran partido
aún más este país en dos, condenando a la inmensa mayoría a la pobreza. La
desigualdad es el menú indigesto que nos ocultan y que sólo los lazos más
sólidos son capaces de resistir. Aún sin leña en el hogar, bastará el calor o
el recuerdo de nuestros padres y familiares para subsistir y esbozar una sonrisa de felicidad,
que nadie nos va a sustraer. Será suficiente con una palabra amable, un beso, una mano
cogida, un sabor de antaño y el reflejo eterno de nuestros progenitores para
alcanzar un momento mágico de paz arrancada a la más negra actualidad. Habrá
que hacer un sitio al puto móvil, pero eso es otra historia. Igual que las
postales navideñas que no cesan de enviarse, con franqueo a nuestra cuenta, la
empresa concesionaria de nuestro afamado aeropuerto y el Gobierno regional. Pero
eso es más propio de carnaval y ahora toca disfrutar de estos entrañables días.
Gracias Mariano.