Primavera
Hace tiempo que cayeron las últimas lluvias, que la arena
mojada se pegó a las plantas de sus pisadas. El olor a malvasía, que
desprendían las gotas sobre las vides, se mezclaba aquel día con la fragancia
de los frutales y los limoneros, alterando su olfato y su memoria hacia el paraíso
de una niñez perdida. Alzó su cabeza al límpido cielo y respiró antes de sentir
en su piel que se acercaba un nuevo tiempo. Hoy, los benignos días anuncian la
llegada de la primavera, secuestrada en los infiernos durante los últimos
cuatro años por los dioses contemporáneos, aferrados a la oscuridad y al
dinero. En sus últimos aldabonazos, los mitos caídos intentaron acabar con la
educación, la filosofía y hasta con Helios y Gea, el sol y la tierra. Tembló
Grecia y se heló Hispania bajo el gobierno de los bárbaros. El combatiente Mediterráneo unió entonces sus
corrientes. Impasible, las olas arremeten ahora contra la costa y resisten el
embate de unos tiempos de miles de ahogados y muertos. Ya asoman por la
península hispánica, a la altura de Murcia, unos nuevos aires, más cálidos y
frescos. Renace la esperanza y las flores se abren en pleno diciembre. Ciudades
y olvidados pueblos se preparan para el renacimiento propio de la Navidad, del
solsticio de invierno, donde la noche comenzará a disminuir para dar espacio al
día. Luz y taquígrafos sin miedo a un invierno que la mano del hombre, por
negligencia; y el pueblo, por valentía, ha convertido en primavera. Arde Murcia
y España como si fuera el Trópico, con una línea que recorre todo nuestro
esqueleto y geografía. Ya se oyen las voces de los que han permanecido mudos.
Ya se alzan los desheredados. Es posible que al final nos hagan la Pascua, pero
nadie nos quitará el sueño de, al menos por unas horas, soñar con Utopía.