sábado, 29 de septiembre de 2018

Rutanatorio

Hay que ver cómo es el liberalismo. Ni la muerte escapa a sus garras. No sólo nos obliga a morir en una gran superficie denominado tanatorio, donde sólo hay carne, sino que la lucha encarnizada entre los existentes se materializa en ofertas inusuales…sin llegar aún al 2 por 1, que sería tétrico en este ámbito. En uno de nuestros hermosos pueblos de Murcia, una de estas nuevas catedrales de la muerte está regentado por el sacristán de toda la vida, que no ha dudado en ofrecer a sus futuros clientes el canto celestial que les acompañó durante la misa diaria y que ahora les despediría en la de funeral. Igual precio que la competencia y, encima, su monaguillo entonaría las más bellas melodías para endulzar aún más el descanso eterno. Creíamos que los tanatorios eran un negocio seguro y allí también ha llegado el libre mercado. Tanto que las cajas están a punto de tornar en bancos y los coches funerarios regulares en un nuevo servicio de Uber sin retorno posible. Hay emprendedores que han convertido el tanatorio en una discoteca, pues tal como está la vida igual hay que celebrar su fin. Tengo un amigo que recorre esta ruta nocturna todos los sábados noches si hay suerte. Esto es, si hay fiambre y si los familiares tienen ganas de hablar de sus cosas. En ese caso, se acerca a ellos, con el gintonic en la mano, para elogiar al difunto y, de esta forma, obtener las más bellos y sinceros palabras sobre la brevedad de la existencia y la necesidad de aprovechar cada día. En el mejor de los casos sale con compañía del establecimiento. En el peor ha de cambiar de chiringuito y mirar el nombre de otro difunto en el panel para acercarse de nuevo a los sentimientos más primarios. Frente a los buitres que nos mercantilizan, el joven saca lo mejor de nosotros mismos: una lágrima, el recuerdo y la certeza de que los mejores tiempos se pasan compartiendo y ayudando a los demás, convirtiéndose en el último testimonio contra la guillotina del liberalismo salvaje. Carpe Diem.
NOS QUEDA LA PALABRA. La Opinión de Murcia 29 de septiembre de 2018

sábado, 22 de septiembre de 2018

La última cena
Adiós al yogurt, bay bay a las cenas. Nos han destapado que el lácteo tiene tanta azúcar como un refresco cocaleico. En mi mocedad, coetánea a la del Cid, la tarde noche era celebrada como en el Ramadán. Tras un frugal desayuno y el aburrido cocido del medio día, al ponerse el sol comenzábamos a salivar. O pisto con huevo o filetes empanados o huevos con chorizo y una presa de lomo. Se notaba que teníamos gallinas y matábamos dos o tres cochinos que nos acompañaban todo el año; aunque los mejores y más tiernos trozos los paladeaba el médico aún sin pasar el bicho por el veterinario. Luego, años después, el hombre se puso mustio porque -en contra de su voluntad, experiencia y gusto- tenía que recetar pollo. Mientras llegaba esa época negra, disfrutábamos hasta de los andares del animal. Además, en torno a la mesa camilla y con la tenue luz del día, no había prisas para salir al fresco o enfilar la cama en la época de invierno. Saboreábamos también las cuitas del día. Podíamos hablar porque aún no había llegado la televisión. Luego el abuelo se ponía pesadito y se pasaba media cena intentando enchufar el aparato para escuchar las noticias, mientras mi abuela estaba presta a las 9.30 para apagar inmediatamente ese demonio. Ahora moriría de un infarto si tuviera que esperar a que dieran el tiempo cuando en Murcia no se necesita ni un segundico para adivinar el cielo. Con el paso de los años, nos quitaron el puerco de comer y al otro, que murió en la cama, y nos robaron también la conversación porque a la tele se unió el móvil. Ahora nos atiborran de información para que engullamos el miedo a abrir la boca tanto para ingerir alimentos como para hablar libre o valtonycamente. El yogurt natural era como el último mohicano, quizá acompañado de una sosa ensalada, de aquello que era un festín. Hoy Salzillo lo tendría crudo para reproducir la última cena. Qué cruz. 

NOS QUEDA LA PALABRA. La Opinión de Murcia, 22 de septiembre.

sábado, 15 de septiembre de 2018

La hora de España
No ha podido ser. Le comenté a Junker que aparte de mantener la hora de verano también conserváramos siempre el mismo mes: agosto. El comisario europeo me contestó en clave alemana: hay que trabajar. Es nuestro sino desde que Adán y Eva cayeron en la ambición de creerse dioses y lo que lograron fue el adiós al paraíso, nuestra condena eterna. Afortunadamente, en esta tierra prometida, aunque desprovista del agua que riega su definición en la Biblia, el aterrizaje es suave por mor de las múltiples fiestas que se suceden en Murcia, Molina, Cartagena o Lorca por nombrar las principales villas. Incluso, hemos tenido la oportunidad de mitigar el síndrome postvacacional con la merecida celebración del 30 Aniversario de La Opinión en nuestro aeropuerto sin aviones, lo que también nos impide el despegue laboral. En esas flamantes instalaciones y no menos luminosa efemérides; nuestro simpático ministro de Fomento elogió el espíritu nacional que emerge, defiende y representa Murcia…como si toda España tampoco pudiera levantar el vuelo. Yo, que ya me conozco estos lares, verdadera reserva espiritual, aproveché estos días para viajar por la piel de toro, recalando en La Rioja. Esto es, recalando doblemente. Tierra de paso y de trasiego, tanto de uvas como de personas y  otras caballerías, allí nos dimos cita gente de toda ralea, incluidos vascos que tienen en la frontera su casa de vacaciones y catalanes que aprovecharon la Diada para conocer España.  Sin enseñas nacionales allá donde nació el castellano y sin monsergas independentistas de los vecinos de acá o allá; nadie diría allí que el debate nacional lo marque la deriva nacionalista o independentista, que tanto monta monta tanto. Los pinchos y el vino en la calle Laurel de Logroño me sentaron como Dios, que no diría el vilipendiado Willy Toledo. Por fin, varios días sin escuchar ninguna tórrida proclama, correspondida con artículos 155 directos a la cabeza. España está en Murcia y en cada rincón, con independencia, con perdón, de las banderas que cuelguen o descuelguen.

NOS QUEDA LA PALABRA. La Opinión de Murcia, 15 de septiembre.