Faltos de luces
Hace unos años, el último apagaba la luz. Hoy, los
últimos no pueden cerrarla porque hace tiempo que los primeros se la cortaron.
Con un recibo endiablado... de factura ajustada para mayor beneficio de las
grandes empresas; el resto, a los que apenas nos alumbra el sol, sufrimos
un cortocircuito cada vez que vemos el logo de la compañía eléctrica en nuestro
buzón. Nos deslumbran con contadores inteligentes, cotización al segundo y
falsa contribución a las renovables. Y, entre destello y destello, toma alta
tensión de mantenimiento, alquiler del contador, deuda histórica y, eso sí, una
pequeña cantidad por el consumo. Hay que echarle kilovatios para aguantar tanta
oscuridad y mezquindad en la minuta eléctrica. Aunque para negrura la que cubre
a las personas que padecen pobreza energética. Ríete de Max Estrella, que al
menos tenía las farolas del viejo Madrid para alumbrar su figura esperpéntica
en el magnífico “Luces de Bohemia”. La fractura eléctrica actual, en
pleno siglo XXI, es una sombra tenebrosa de la desigualdad social, que nos
conduce al brasero, la vela e, incluso, la hoguera. Y si grave es recortar el
cordón umbilical con la energía, no lo es menos intentar cercenar la llama de
la libertad. En pleno siglo de las luces, Voltaire proclamaba “no comparto tu
opinión, pero daría mi vida por defender tu derecho a expresarla”. La luz de la
razón para combatir la ignorancia, la superstición y la tiranía. A años luz de
aquellos filósofos y de los nuevos ciudadanos que hicieron posible el inicio de
la edad moderna ilustrándonos con su ejemplo; hoy tenemos que vivir el
menosprecio a la libertad de expresión, con el beneplácito y la genuflexión de
los representantes del pueblo al púlpito, tal y como ha ocurrido en Cartagena
esta misma semana en desagravio por la actuación de unos cómicos o titiriteros.
Apaga y vámonos.
NOS QUEDA LA
PALABRA. Publicado en La Opinión 20 de noviembre