domingo, 20 de noviembre de 2016


Faltos de luces
 
Hace unos años, el último apagaba la luz. Hoy, los últimos no pueden cerrarla porque hace tiempo que los primeros se la cortaron. Con un recibo endiablado... de factura ajustada para mayor beneficio de las grandes empresas; el resto,  a los que apenas nos alumbra el sol, sufrimos un cortocircuito cada vez que vemos el logo de la compañía eléctrica en nuestro buzón. Nos deslumbran con contadores inteligentes, cotización al segundo y falsa contribución a las renovables. Y, entre destello y destello, toma alta tensión de mantenimiento, alquiler del contador, deuda histórica y, eso sí, una pequeña cantidad por el consumo. Hay que echarle kilovatios para aguantar tanta oscuridad y mezquindad en la minuta eléctrica. Aunque para negrura la que cubre a las personas que padecen pobreza energética. Ríete de Max Estrella, que al menos tenía las farolas del viejo Madrid para alumbrar su figura esperpéntica en el magnífico “Luces de Bohemia”.  La fractura eléctrica actual, en pleno siglo XXI, es una sombra tenebrosa de la desigualdad social, que nos conduce al brasero, la vela e, incluso, la hoguera. Y si grave es recortar el cordón umbilical con la energía, no lo es menos intentar cercenar la llama de la libertad. En pleno siglo de las luces, Voltaire proclamaba “no comparto tu opinión, pero daría mi vida por defender tu derecho a expresarla”. La luz de la razón para combatir la ignorancia, la superstición y la tiranía. A años luz de aquellos filósofos y de los nuevos ciudadanos que hicieron posible el inicio de la edad moderna ilustrándonos con su ejemplo; hoy tenemos que vivir el menosprecio a la libertad de expresión, con el beneplácito y la genuflexión de los representantes del pueblo al púlpito, tal y como ha ocurrido en Cartagena esta misma semana en desagravio por la actuación de unos cómicos o titiriteros. Apaga y vámonos. 
NOS QUEDA LA PALABRA. Publicado en La Opinión 20 de noviembre

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