Guirigay
El hermano de Echegaray nació en 1848 a mitad de
camino entre Murcia y Madrid, en Quintanar de la Orden, cuando el viaje entre
ambas ciudades se llevaba 15 días. Ahora en tren dura algo menos y nos prometen
que muy pronto, cuando aterrice el AVE allá por 2018, no tendremos tiempo ni
para los prolegómenos. El conocido como nobel murciano, cuyo cabezón aparecía
en los billetes de 1.000 pesetas, no pudo hacer nada por agilizar el trayecto a
pesar de ser nuestro único ministro de Fomento, hacer números como nadie y
ganarse el galardón sueco como dramaturgo. Hoy, cuando se cumple el centenario
de este polifacético hombre, no tenemos billetes ni por supuesto ministros ni
mucho menos nobeles murcianos, pero estamos sobrados de teatro y de guirigay.
Todos los días abre el telón de las declaraciones públicas rimbombantes en
flashes, papel o rayos catódicos, aunque ya no haya público bien porque no se
crea más promesas, bien porque no ve posibilidad de ocupar un vagón distinto al
de cola. Un demoledor informe del Consejo de la Juventud señala que la mitad de
los jóvenes murcianos está en riesgo de exclusión o descarrilamiento social,
con unos ingresos en los hogares jóvenes que son los segundos más bajos de toda
España. A punto de tirarse a las vías, la precariedad en el empleo es lo único
que tienen permanente o fijo. Y son ocho de cada diez los jóvenes
universitarios que viven en la casa de sus padres. Jóvenes y mayores que
comparten la caída sin frenos que ha provocado la crisis viven ya soterrados y
en una estación terminal. Hay quien dirá desde los vagones de primera que es su
culpa, que allá se las apañen, en consonancia con los pitidos del Jefe de
Máquinas. Menos mal que nos quedan Echegaray y otros ilustres murcianos para
mostrarnos que existe otro camino, una ruta basada en el conocimiento, la
cultura, la voluntad y el progreso real. Lo demás es puro teatro.
NOS QUEDA LA PALABRA. La Opinión de Murcia 26 de noviembre
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