domingo, 2 de agosto de 2015

Desierto

Hace tiempo o quizá desde siempre, los emisarios, comisarios y mandatarios murcianos que se acercan a la capital del reino entonan, con mayor o menor énfasis en virtud de su vocación pública o privada, una voz que clama en el desierto. Ni siquiera en época electoral -con todas las posibilidades de que los actuales inquilinos de la Moncloa no repitan o simplemente incumplan sus promesas- Murcia es capaz de arrancar algún tipo de compromiso escrito entre tanta cartera ministerial. A Murcia ni agua. Porque esa es otra. Nuestro proyecto vital se resume en, lisa y llanamente, parar el desierto.  Como muy bien dicen mis amigos de COAG el mayor reto de nuestra Región es frenar la desertización, que ya padece una gran parte del territorio. No he visto que en el nuevo Gobierno exista ninguna consejería de Desierto y no me refiero a que Hacienda tomara ese nombre dado el páramo de las cuentas regionales como consecuencia de aventuras como el aeropuerto y la desaladora, dos pirámides faraónicas de efectos catatónicos. Unas desventuras que, como la arena, se nos escurren de las manos y provocan el cierre de consultorios, habitaciones amén de calores anestesiantes en hospitales como el Morales Meseguer. Como todo tiene su cara y su cruz, lo bueno es que en Murcia está prohibido ponerse enfermo en verano, pues la erosión de los recortes se disimula con el “cerrado por vacaciones”. Y se acerca el “colgado por defunción” si nadie alerta a Europa,  ahora convertida en enterradora de los países pobres, sobre la degradación medio ambiental del sureste. Como está ocurriendo durante esta crisis eterna, tendrán que ser los agricultores, el sector agroalimentario, ese oasis de nuestra economía, los que protagonicen el combate contra la desertización. Para ello necesitan armas y un Gobierno que atienda sus llamadas de socorro, que no deserten de sus funciones. La despoblación y la desertización avanzan. Disfruten los días de verano, pónganse crema para no tostarse al sol, remójense en las cálidas aguas, respiren hondo con los soplos de brisa, compartan la cerveza y una conversación tranquila y enciérrense en las páginas de un buen libro. Y, ante todo, no atiendan el teléfono, pues puede ser la llamada del desierto.

NOS QUEDA LA PALABRA. LA OPINION DE MURCIA