domingo, 30 de julio de 2017

Carpe Díem
En el imperio romano no había tertulias televisivas, pero se mataban por un quítame allá estos polvos. Vivían el amanecer como si fuera el ocaso y por ello disfrutaban de los escasos momentos de pax con grandes bacanales sobre el precedente del sofá, que no daba a ninguna televisión sino a un espectáculo real. Carne, vino, fruto y garum de Cartagena aderezaban el triunfo de cada batalla que, además, revertía al pueblo a través de los tesoros arrebatados al enemigo. Dos mil años después, un vistazo a los actuales emperadores, como Trump o Putin; o a Hispania, donde el botín no sólo no se reparte sino que se sustrae de los súbditos, nos llevaría a un circo maximus al que no se quiere encaminar este artículo, pues es el previo a unas augustas vacaciones. Lo lamento por Cristina Cifuentes, que entiendo no se ha recuperado del golpe que sufrió tras caer de su carruaje, pero yo me voy a tomar unas vacaciones como obligado descanso del guerrero y ojalá fuesen legión los que me acompañaran, pues sería signo de pleno empleo y bienestar. Mirando el horizonte desde mi atalaya, no veré más que un mar tranquilo que acariciará mi mente en blanco. Un buen libro me llevará aún más lejos y el disfrute de los manjares será completo si estoy en la mejor compañía, la de mi familia y amigos. Risas de agosto como si no existiera un mañana, en el que los sentidos cobran su función en comunión con la naturaleza. Apaguen el móvil y el despertador, enciendan su espíritu y a vivir que son treinta días. Ya llegará la hora de enfundarse el traje de guerra y de esquivar tanta postverdad. Ahora basta con un bañador o a cuerpo descubierto, que los romanos, aunque alguno lo piense, no estaban locos: Carpe Diem. Aprovecha el momento.

domingo, 23 de julio de 2017

Prohibido prohibir


Estamos de estreno. Nuestra urbanización de la playa luce ya, encendidas, diez cámaras de vigilancia que rodean todo el perímetro. Son las guindas que salpican una valla de más de dos metros que se sostiene sobre un muro algo menor. Con cuatro puertas macizas de acceso, coronadas por puntas de lanza afiladas, ya se ha previsto pedir presupuesto para contratar vigilantes de seguridad. De cine son también los focos que, en zigzag, barren la plaza para que ningún niño juegue fuera de hora o se le ocurra chutar con la pelota o pasear en bici, que son prácticas expresamente prohibidas. Grandes carteles en el propio parque y en la piscina, encabezados por la señal de prohibido, enumeran la lista de pecados mortales, que hace más fácil respirar debajo del agua que fuera. Ahora la presidenta de la comunidad, que es de Madrid, quiere estampar una estrella en todos aquellos que se tomen vacaciones sin destacar su carácter voluntario y su amor absoluto al trabajo. Si fuera por ella todos deberían trabajar más que la Guardia Civil, presa de la frenética actividad a la que le condenan los populares políticos. Ni jamás ni hamás hasta ahora ha habido un robo o un atentado en mi urba, pero seguro que las grabaciones nos van a dar para muchas películas de risa, pues hay vivales a los que se les notará que a altas horas, cuando debía de imperar el estado de sitio, vienen excesivamente contentos; descubrirán a los calenturientos que buscan algo más que vecindad con otras parientas; y, por supuesto, nos permitirá desvelar quién infringe las reglas o, armado con un espray, va pintando en el suelo frases como «La vida es bella». Extramuros, pudiera parecer que traspasábamos las puertas de San Pedro para encontrarnos con el cielo, pero la autoridad ha dictado un bando que impone sanciones por practicar nudismo, orinar en el mar, no vestir con decoro en el pueblo, sacarse los mocos de la nariz, cantar y, por supuesto, criticar al alcalde. Lo único permitido es realizar vertidos y construir allá donde haya un hueco, ensuciar el agua y enladrillar el paisaje, 'chiringatear' la playa o convertir tu vivienda en un zulo, valla sobre valla hasta exclamar ¡vaya! por tanta estupidez. Yo he alquilado un apartamento para rememorar la clandestinidad al grito de «Prohibido prohibir». No sé si saldré vivo, pero lo que tengo claro es que nadie podrá entrar a rescatarme.

domingo, 9 de julio de 2017

Desconectando

Ganamos autónomos todos los días. Crecen como setas aunque no caiga una gota. Tanto o más que los contratos laborales, que cada hora se multiplican, dividen y, por supuesto, restan estabilidad a jóvenes y mayores. Todos precarios y autónomos. Porque no conviene abusar y unas cuantas miles de cosas más celebro que la autonomía no llegue a las costas gracias a nuestra Asamblea Regional, que ha parado el montaje de las grúas cuanto ya se adivinaban en el horizonte. La Comunidad no podrá privatizar aún más nuestro litoral. No queremos más autogobierno, lo que dice mucho de nosotros y de los que, por nuestro mandato o culpa, nos gobiernan. Es más, si nos dieran a elegir en, con perdón, un referéndum igual renunciábamos a la autonomía para gozar, sí gozar, del nivel medio nacional de los servicios públicos, por no decir de los cánones de paraísos como el País Vasco. Mientras los catalanes reclaman la independencia, los murcianos huimos de nuevas competencias. Aquí no nos haría falta ni artículos 155 ni urnas. A mano alzada votaríamos a favor para acabar con la sequía que padecemos en educación, sanidad, pensiones, atención a mayores, inversiones…cayendo en brazos del Gobierno central para que, al menos, asumiera nuestro déficit. Mientras Cataluña sueña, como atacada por una insolación, por la independencia como solución a su economía y a sus casos de corrupción; Murcia con la dependencia conseguiría aumentar su estado de bienestar y, encima, trasvasar su déficit a Montoro. España perdería a Cataluña, pero ganaría el cariño aún mayor de Murcia. Y puestos a hacernos querer, no hay color entre la butifarra y nuestras morcillas. Como no lo hay entre la nova canço y el trovo. O entre la Sagrada Familia y nuestra Catedral, acabada e, incluso, rematada con una hermosa cadena. Ya sé que ellos tienen otro seny más serio, algo más de industria, un deporte y una cultura de base y no de clase, una sociedad civil más articulada, unas infraestructuras y unas ciudades con aire europeo y, ante todo, un bienestar que ellos reflejan como malestar cuando ya lo quisiéramos nosotros. En fin, es hora de desconectar.

domingo, 2 de julio de 2017

Falo de Cabos


No tenemos aún las competencias en Costas y ya se ha privatizado el Faro del Cabo de Palos, uno de los signos más enhiestos de nuestro patrimonio marino. Imagino, gracias a mi mente calenturienta, que ahora se convertirá en un gran falo que envuelva un anuncio de preservativos. Todo un orgullo para los murcianos pues los turistas pensarán que en esta tierra sí importa el tamaño, como si fuera la Archidona cuyo cipote recorrió el mundo gracias al Nobel. Sin necesidad de subir a montículos ni trazar curvas, será emocionante verlo firme contra el viento y la marea. Desde abajo, porque de tú a tú, mirándole a los ojos, ya no podremos hacerlo si no es pagando. Su luz sólo salvará ya a los más ricos, aquellos que exhiban un gran barco de recreo y putiferio; mientras los náufragos nos tendremos que conformar con su sombra si no cobra. Será como una gran exaltación primitiva que se abrirá entre las aguas para mostrar cuan bella es la publicidad y cuanto bien hará el dinero privado a nuestro paisaje público. No faltarán feministas que quieran abordarlo e, incluso, derribarlo porque ciertamente pasaron los tiempos en que un gran miembro masculino guiara el devenir. No parece que haya mayor placer, sin embargo, para algunos políticos que privatizar hasta el aire. Qué éxtasis encontraran en follarnos a nosotros y a sí mismos, convirtiéndose en masturbadores mayores que el que pintó Dalí. Chiringuito aquí, terrazitas sobre el paseo, campos de golf, urbanizaciones en parajes naturales, mercadillos a subasta, vallas por doquier y agresiones a tutiplén. Sin brújula, la costa murciana se convertirá en un gran escaparate de las bonanzas del capitalismo con un faro que será su punto de referencia. Acaban con la filosofia, aquella que sostenia el Faro de Alejandria, cuya base era una biblioteca, y nos ofrecen luces privadas que nos llevan a la oscuridad.