Carpe Díem
En el imperio romano
no había tertulias televisivas, pero se mataban por un quítame allá estos
polvos. Vivían el amanecer como si fuera el ocaso y por ello disfrutaban de los
escasos momentos de pax con grandes bacanales sobre el precedente del sofá, que
no daba a ninguna televisión sino a un espectáculo real. Carne, vino, fruto y
garum de Cartagena aderezaban el triunfo de cada batalla que, además, revertía
al pueblo a través de los tesoros arrebatados al enemigo. Dos mil años después,
un vistazo a los actuales emperadores, como Trump o Putin;
o a Hispania, donde el botín no sólo no se reparte sino que se sustrae de los
súbditos, nos llevaría a un circo maximus al que no se quiere encaminar este
artículo, pues es el previo a unas augustas vacaciones. Lo lamento por Cristina
Cifuentes, que entiendo no se ha recuperado del golpe que sufrió tras caer
de su carruaje, pero yo me voy a tomar unas vacaciones como obligado descanso
del guerrero y ojalá fuesen legión los que me acompañaran, pues sería signo de
pleno empleo y bienestar. Mirando el horizonte desde mi atalaya, no veré más
que un mar tranquilo que acariciará mi mente en blanco. Un buen libro me
llevará aún más lejos y el disfrute de los manjares será completo si estoy en
la mejor compañía, la de mi familia y amigos. Risas de agosto como si no existiera
un mañana, en el que los sentidos cobran su función en comunión con la
naturaleza. Apaguen el móvil y el despertador, enciendan su espíritu y a vivir
que son treinta días. Ya llegará la hora de enfundarse el traje de guerra y de
esquivar tanta postverdad. Ahora basta con un bañador o a cuerpo descubierto,
que los romanos, aunque alguno lo piense, no estaban locos: Carpe Diem.
Aprovecha el momento.
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