Paz y amor
Bajo mi sombrilla, guardando el perímetro de seguridad,
procuro responder con un clásico “¿Hola cómo estás?” a los vecinos y conocidos
de la playa. Si la conversación pasa de una segunda frase la mía será la
también tradicional “¿Hasta cuándo tienes vacaciones? ¿Cuándo te vas?”
No estoy dispuesto a perder un minuto escuchando el
argumentario de los que hablan al dictado, soltando como loros la retahíla de
bulos o medias verdades que nunca debieron salir de la papelera o del cubo de
la basura.
Armado con mis libros, que iré alternando entre novela y
divulgación, no levantaré la vista salvo para admirar la inmensidad del mar o
el origen de su color.
Yo todo en su conjunto me levantaré para chapuzarme,
sumergirme en un reparador baño que elimine todo tipo de caspa, especialmente
la mental.
En medio de mi océano, me sentiré ingrávido a pesar de la
levadura que moldea mi cuerpo. Volaré, como mínimo, a alguna de las seis nuevas
lunas que orbitan mundos de sistemas lejanos. Allí, rodeado de cráteres que me
harán temer la vuelta a la realidad, me
instalaré en el vacío. En la última exoluna del más lejano exoplaneta esperando
que nada ni nadie me perturbe.
Allá donde sólo lleguen buenas ondas de un paraíso inacabado
donde estará todo por descubrir. Abrir nuevos caminos, conquistar conocimientos
junto a los que, eso sí, van siempre conmigo, como mi piel. Huellas indelebles
que marcan mis pasos y saltos.
Donde no haya más brazada que dar que el placer de sentirse
acompañado estando solo y más golpe que la mano sobre la boya que indica que ya
debo volver a la arena.
A la tierra. Donde me espera la emoción de compartir la vida
con los míos. También con todos con los que sueño cada día y aún más de noche.
Y con aquellos que vislumbran un horizonte con la mirada límpida.
Paz y amor.
NOS QUEDA LA PALABRA / La Opinión de Murcia 11 de julio de 2020