domingo, 30 de octubre de 2016

NOS QUEDA LA PALABRA

Divergentes
Acababa de dejar a sus hijos en el colegio, el único de Murcia que segrega por sexos. Un centro singular que rehúye de lo plural, aunque no hasta tal punto de renunciar a, en su concepción, vergonzosa subvención del Gobierno regional. Estaba convencido de que lo mejor para sus retoños era que vivieran de espaldas al otro sexo, resguardados del contacto con la otra mitad de los escolares. En un acto temerario y clandestino, amén de motivo de confesión dominical; su Jesús y su María desafiaban con su mirada la regla prohibida e, incluso, a la salida, rompían la manada para acercarse al otro género. A los ojos de sus padres, todo acontecía con normalidad, al menos en la percepción de tiempos no sólo preconstitucionales sino anteriores a Adán y Eva, cuando su mezcla nos condenó a todos. Con esa misma visión, los progenitores fueron capaces de percibir a distancia como unos inmigrantes, en bicicleta, estaban hablando con unos críos alrededor del colegio. Aun sin maillot, no solamente habían olido que eran extranjeros sino que fueron capaces de dilucidar que procedían de Rumania como si todos los seres humanos no fuésemos hermanos. Les faltó tiempo para lanzar sobre ellos un wasap al resto de, por naturaleza, temerosos padres advirtiéndoles de que tuvieran mucho ojo por posibles secuestros. De ahí su miedo pasó a los medios. Su prejuicio tornó en condena contra el diferente. Ni las fuerzas de orden pudieron apagar la alarma. Hoy, la ciudad, se va horadando de trincheras y de gruesos muros contra los divergentes. Hoguera, bendita inquisición, contra todos aquellos que no tengan el mismo sexo, los ojos azules e igual pensamiento. Ciegos ante la gente honorable que ocupa los banquillos y abre los telediarios, echan mal de ojo y la zancadilla a las víctimas de la sociedad de la opulencia. El uniforme escolar ya se lleva hasta la mortaja y tapa hasta el cerebro, listos para disfrutar de un mundo feliz.
Publicado en La Opinión de Murcia el domingo 30 de octubre.

domingo, 2 de octubre de 2016

Resultado de imagen de cuadro de mandos aviónBarón rojo
No fueron los barones sino los varones del campo murciano los que terminaron por desatar la tormenta perfecta. Nuestro Gobierno regional, siempre adelantado, ya señaló al PSOE como culpable de la sequía por no aprobar el trasvase del Ebro: Como si los años posteriores en los que ha estado inundado de azul Murcia, Madrid y Aragón sólo sirvieran para cercenar aún más el Tajo, elevando las reservas mínimas necesarias para enviar una gota a Murcia; y, como el Guadiana, utilizar el agua como arma de fuego. El día después, a esos rayos de nuestros mandatarios murcianos siguieron los truenos de los tractores y los alaridos de los agricultores. Ante tal lluvia verde, que colapsó la capital, no faltaron comentarios entre las damas más acicaladas: la culpa es de Pedro Sánchez (sin Antonio de segundo nombre). Hay, incluso, quien le ha visto, durante estos días otoñales de sol y muchas sombras, pilotando la famosa avioneta que impide la lluvia, emblema de todos nuestros males. Como el valiente Barón Rojo no sólo lanza nitrato de plata para disolver las nubes sino que sufre el ataque de los suyos, que disparan a matarle con nitroglicerina. En pleno ciclón desatada contra él por osar contravenir el orden establecido, se lleva los cañonazos a diestro y, ante todo, a siniestro. Como una mosca cojonera sobre la estatua viviente que representa el líder más popular, pensó que podía convertir el tsunami en primavera, la mierda que nos comemos por una tortilla acrobáticamente dada la vuelta. Somos muchos los que, desde el suelo, casi el subsuelo en el que nos tienen sumidos, disparamos con tirachinas frente a los bombarderos, comandados por los prebostes del fuego enemigo y, ante todo, amigo. No falta la propaganda que inunda todo el país. Ahí estaba, como la patrulla Águila, dando quiebros y requiebros contra el destino y buscando el paraíso. Los milagros no existen, ciertamente, pero mientras tanto disfrutamos de la versión más heavy del “Resistiré” cantado y, ante todo, tocado por Barón Rojo; una banda mucho mejor de los que, a pesar de sus teóricas diferencias, bombardean al unísono, en comandita y sin vergüenza, cualquier atisbo de esperanza. Ya le han derribado, pero no sólo a él.
NOS QUEDA LA PALABRA / La Opinión de Murcia 2 de octubre de 2016