Fin de curso
No había
sido un curso cualquiera. Perdió a su abuela el 22 de febrero por una neumonía
agravada con el tratamiento economicista del hospital. Su abuelo, que apenas se
enteró porque le ganó la partida el Alzheimer hace una década, se enfrentaba
ahora a la expulsión de la residencia por el derrumbe incontrolado de las
ayudas de la dependencia. Su padre, empleado público, también había visto
reducido sus ingresos, mientras su madre sostenía, a duras penas, los pilares
de la casa. Ya en el ámbito académico, se acordó del golpe que supuso ser uno
de los 50.000 estudiantes murcianos que, a pesar de cumplir todos los
requisitos, perdió la subvención para la compra de los libros. Aún sentía la
incomodidad de una clase en la que no cabe un alfiler y las continuas amenazas
del ministro de Educación, que ha dejado como colofón su íntimo deseo de
suprimir las becas universitarias. Pensó en la carga que supondría un nuevo
préstamo sobre su familia para poder matricularse en la Universidad,
hipotecando tanto su futuro como la del resto, pues ella no percibía a su
alrededor que se estuviera generando empleo ni entre los jóvenes ni entre el
resto. Cansada de restar, pensó que algo estaba cambiando...que en las calles
aumentan las personas indignadas, que reclaman participar en las grandes
decisiones de futuro, hartos de ser únicamente cla en los grandes espectáculos
dinásticos y futbolísticos que nos pretenden adornar el presente. En una nota
de euforia creyó, incluso, que el nuevo Rey podría hacer algo por restablecer
la justicia y la igualdad social.
NOS QUEDA LA
PALABRA / La Opinión 20 de junio de 2014.