sábado, 24 de noviembre de 2018

Yo, robot
Al menos en las anteriores revoluciones industriales no se necesitaba la implicación del consumidor. En la que estamos inmersos, comenzamos por llenarnos el depósito de gasolina, continuamos haciendo cola en el cajero para pagar religiosamente nuestros recibos y muy pronto nos automedicaremos tras una consulta on-line con un ser de inteligencia artificial. No sólo eso. Se pide a los trabajadores que contribuyan a destruir su propio empleo animando a sus clientes a utilizar la caja automática o virtual. Un harakiri total. Hasta ahora, la principal virtud de cualquier empresario era crear empleo. Desde hace un tiempo, lo más valorado es ser una empresa capaz de aligerar la pesada carga que suponen los humanos. Ser, en definitiva, una empresa moderna, robotizada y adornada con todos los anglicismos posibles para enmascarar la triste realidad. Un reciente estudio de la OCDE señala que España es el país del mundo con más riesgo de perder empleos por la automatización. Adivinen qué región es la que más sufrirá más esa catarsis. Cerca del 30% de los empleos que se generan en Murcia son susceptibles de ser ocupados por máquinas, el peor porcentaje de toda España. Y todo ello sin contar con el que ya se ha destruido por igual motivo, pues nuestra economía se sustenta sobre un sector agroalimentario proclive a la máxima robotización. No hace falta ser el Premio Nobel de Economía para concluir que multitud de empleos en Murcia son de baja cualificación porque están apegados al sector primario y, por tanto, carne de cañón para la máquina…tal y como ocurrió en los inicios de la propia industria, constituida con los campesinos que emigraban de su tierra por la mecanización del campo. No es preciso emular a Isaac Asimov para predecir una sociedad deshumanizada si no existe un giro radical que, como en el Renacimiento, vuelva a colocar al hombre y a la mujer en el centro.

LA OPINION DE MURCIA / Nos queda la palabra.

sábado, 17 de noviembre de 2018

Futururú
Me estoy haciendo mayor. De hecho, ya le pedí a mi suegra Lola las velas de los 90 años que celebró el pasado sábado iluminada con el cariño de toda nuestra familia. Un faro para todos nosotros. No sé si cuando yo llegue seguirán existiendo los cumpleaños e, incluso, familias o la propia tierra. De lo que sí estoy seguro es que, aparte del cambio climático, hay otros signos del porvenir que, por el simple hecho de serlo, no tienen por qué ser positivos. No entiendo el futuro como dogma. Las nuevas generaciones, al parecer, nacen con el convencimiento de que el trabajo fijo es un castigo. Por lo tanto, se sienten inmensamente felices de contrato en contrato. Un orgasmo en un buen número de sectores pues hay puestos que apenas duran un suspiro…encadenando entradas y salidas de forma infinita. No faltan gurús, políticos y empresarios que refuerzan ese sentimiento por razones obvias…y extienden sus teorías a la bonanza de abandonar la formación universitaria. Con tanto que nos costó que el “hijo del obrero” fuera a la Universidad, ahora resulta que lo mejor es heredar el mono de tu padre o el régimen de autónomo de tu madre. Darwin lo tendría claro: los jóvenes han evolucionado mentalmente para adaptarse a un mercado laboral que ha llegado en su segmento a superar el 50% de desempleo, pues de otra forma acabarían por no salir del útero. Los que en todo vemos conspiraciones pensamos que es un hachazo a la igualdad de oportunidades y a los derechos sociales, que consagró la reforma laboral. Una medida que destruyó todos los pilares y que, ahora, el desprecio del conocimiento enterrarán definitivamente. Si el futuro es no sólo acostumbrarse a la precariedad y a la mediocridad sino, además, elogiar ambas penalidades y esas fórmulas; que a mí me cojan abrazado a mi teléfono fijo y a mi periódico y libro en papel.
Nos queda la palabra / La Opinión de Murcia.

sábado, 10 de noviembre de 2018

Contra el olvido

En la misma semana en que la empresa Grifolls descubre una fórmula para ralentizar el crecimiento del alzhéimer, sus trabajadores de Murcia se ponen en huelga porque se sienten olvidados. El mega laboratorio farmacéutico paga un 40% más a sus trabajadores de Barcelona que a los de Murcia, condenándolos a la enfermedad de la indigencia. Bien es verdad que, más o menos, esa es la diferencia que, en todos los sentidos, aleja a las Ramblas de Trapería, convirtiendo la guerra de las banderas en un placebo señuelo para ocultar los problemas reales. Y no menos cierto es que nuestra región no sólo está relegada por Grifolls sino que lo está por el conjunto de las instituciones nacionales y, ya puestos, multinacionales. De hecho, la Comunidad murciana está a la cola en salarios, la quinta con los emolumentos más bajos: 205 euros mensuales por debajo de la media. También lo está en pensiones y en niveles de pobreza. En lo que sí está a la cabeza es en investigaciones como la del alzhéimer, con un Banco de Cerebros único, especializado en patologías neurológicas, y con profesionales de la talla de Carmen Antúnez. Una labor diaria y callada de los investigadores y de las asociaciones de familiares y afectados que sitúan a Murcia como un ejemplo en el avance contra la terrible enfermedad. Más valdría que tanto Grifols como el resto de los que nos gobiernan, incluidos los próceres murcianos, miraran un poco más a este rincón del Sureste si quieren conocer el modelo para afrontar con éxito el reto que supone enfrentarse a la demencia: solidaridad y trabajo contra los elementos. A todos los que nos ponen piedras en el camino debemos agradecerles, finalmente, que nos obliguen a devanarnos los sesos para no caer en la oscuridad, por lo que tenemos garantizada larga vida.

NOS QUEDA LA PALABRA / La Opinión de Murcia 10 de noviembre de 2018