sábado, 17 de noviembre de 2018

Futururú
Me estoy haciendo mayor. De hecho, ya le pedí a mi suegra Lola las velas de los 90 años que celebró el pasado sábado iluminada con el cariño de toda nuestra familia. Un faro para todos nosotros. No sé si cuando yo llegue seguirán existiendo los cumpleaños e, incluso, familias o la propia tierra. De lo que sí estoy seguro es que, aparte del cambio climático, hay otros signos del porvenir que, por el simple hecho de serlo, no tienen por qué ser positivos. No entiendo el futuro como dogma. Las nuevas generaciones, al parecer, nacen con el convencimiento de que el trabajo fijo es un castigo. Por lo tanto, se sienten inmensamente felices de contrato en contrato. Un orgasmo en un buen número de sectores pues hay puestos que apenas duran un suspiro…encadenando entradas y salidas de forma infinita. No faltan gurús, políticos y empresarios que refuerzan ese sentimiento por razones obvias…y extienden sus teorías a la bonanza de abandonar la formación universitaria. Con tanto que nos costó que el “hijo del obrero” fuera a la Universidad, ahora resulta que lo mejor es heredar el mono de tu padre o el régimen de autónomo de tu madre. Darwin lo tendría claro: los jóvenes han evolucionado mentalmente para adaptarse a un mercado laboral que ha llegado en su segmento a superar el 50% de desempleo, pues de otra forma acabarían por no salir del útero. Los que en todo vemos conspiraciones pensamos que es un hachazo a la igualdad de oportunidades y a los derechos sociales, que consagró la reforma laboral. Una medida que destruyó todos los pilares y que, ahora, el desprecio del conocimiento enterrarán definitivamente. Si el futuro es no sólo acostumbrarse a la precariedad y a la mediocridad sino, además, elogiar ambas penalidades y esas fórmulas; que a mí me cojan abrazado a mi teléfono fijo y a mi periódico y libro en papel.
Nos queda la palabra / La Opinión de Murcia.

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