domingo, 18 de diciembre de 2016

NOS QUEDA LA PALABRA
La releche
En una de las arterias que se une, como un cordón umbilical, con la Plaza Redonda de Murcia, una pastelería ofrece refugio y un refrigerio a las madres que deseen amamantar a sus hijos. Frente al amable establecimiento, uno de los últimos quioscos de prensa grita con desgarro, a través de sus portadas, los casos de corrupción que impiden nuestro crecimiento. Condenamos la vida a la clandestinidad y nos mostramos comprensivos con la muerte. Nos ofende lo natural y nos resbala lo artificial y artificioso. Hay descerebrados que van más allá y defienden el biberón frente a la teta, ávidos de que empecemos a ingerir, cuanto antes, el virus de la intolerancia, pues algo nos meten para hacernos estupidos. Intransigencia e hipocresía que arrinconan el más que normal hecho de dar el pecho a tu bebé. ¿En qué momento se jodió todo esto?, que se preguntaría Vargas Llosa al observar el falso puritanismo que nos envuelve ahora y que no se ha sufrido en ningún momento de la historia, tal y como refleja el arte incluso en la representaciones religiosas de numerosas vírgenes con sus niños. ¿Qué hemos hecho para que la lactancia pública se considere un acto deleznable? ¿Qué ha llevado a las madres a concentrarse para exigir nutrir a sus crías en libertad? ¿Qué moral condena la alimentación de sus retoños allá donde sea necesario? ¿Qué catadura tienen las personas que se sienten ofendidas por ver mamar a un niño? Hasta en la época franquista se ejerció tal “albedrío”. Es esa falta de libertad el principal enemigo de nuestra existencia; pues, como diría mi tío Lázaro, el mejor gusto de la vida es aquel que “sabe a teta”, a aquella leche materna que nos mantiene despiertos y unidos a lo mejor de nosotros mismos. Lo demás es intolerancia, pero no a la lactosa sino a los semejantes.
La Opinión de Murcia / 18 de diciembre

No hay comentarios:

Publicar un comentario