Entre la cobra y la anaconda
En Murcia gozamos del privilegio de experimentar tanto la cobra como la
anaconda en nuestras íntimas relaciones con el Gobierno. Es acercarnos a él en
una muestra del infinito cariño que le procesamos - a tenor del capazo de votos
que cosecha en nuestra selva- y recibir una larga cambiada o, en lenguaje
actual, exento de símiles taurinos, la
cobra. Así llevamos varios lustros. Impasibles a la luxación, los ministros que
han tenido la deferencia de recibirnos han mirado para otro lado cuando se han
olido alguna reivindicación en torno a la financiación autonómica, el agua, el
AVE o el aeropuerto. Aunque nuestra posición de partida era la de los reptiles,
tanto tiempo arrastrándonos para recoger las pocas migajas que caen al suelo,
luego las serpientes eran otras aunque nos recibieran con serpentines y se despidieran
con una palmadita en la espalda, valga la redundancia. Nosotros doblando el
espinazo hacia delante, en señal de genuflexión aunque se nos viera el culo, y
ellos esquivándolo con un ágil movimiento de su columna hacia atrás. Sólo
cuando ha hecho falta exprimirnos han adoptado la posición de anaconda. Como una
región a la cola de la renta y del bienestar, Murcia ha padecido el veneno de
la desigualdad. Cuanto más ha apretado este Gobierno al estado social,
inoculando el veneno sobre el sistema educativo, sanitario y de protección
social, más nos ha triturado. Inasequibles
al desaliento y vacunados de todo espanto, aún hay quien piensa que el nuevo
Gobierno hará justicia por estas tierras, sedienta de inversiones y de atención.
Con flauta o sin flauta, el maestro que maneja las serpientes nos tiene a todos
los murcianos haciendo de faquir. Sólo nos queda que al sufrimiento regional y
nacional se una el planetario a través de Trump, cuyos colmillos convierten a
la víbora en un ser adorable. Ante tanto ofidio y otericidio; yo, qué quieren
que les diga, me quedo con Chenoa. Comprendo y comparto su turbación porque,
como es palmario, nosotros sabemos muy bien qué se siente ante el desaire y el desprecio.
LA OPINION DE MURCIA, domingo 6 de noviembre
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