sábado, 22 de septiembre de 2018

La última cena
Adiós al yogurt, bay bay a las cenas. Nos han destapado que el lácteo tiene tanta azúcar como un refresco cocaleico. En mi mocedad, coetánea a la del Cid, la tarde noche era celebrada como en el Ramadán. Tras un frugal desayuno y el aburrido cocido del medio día, al ponerse el sol comenzábamos a salivar. O pisto con huevo o filetes empanados o huevos con chorizo y una presa de lomo. Se notaba que teníamos gallinas y matábamos dos o tres cochinos que nos acompañaban todo el año; aunque los mejores y más tiernos trozos los paladeaba el médico aún sin pasar el bicho por el veterinario. Luego, años después, el hombre se puso mustio porque -en contra de su voluntad, experiencia y gusto- tenía que recetar pollo. Mientras llegaba esa época negra, disfrutábamos hasta de los andares del animal. Además, en torno a la mesa camilla y con la tenue luz del día, no había prisas para salir al fresco o enfilar la cama en la época de invierno. Saboreábamos también las cuitas del día. Podíamos hablar porque aún no había llegado la televisión. Luego el abuelo se ponía pesadito y se pasaba media cena intentando enchufar el aparato para escuchar las noticias, mientras mi abuela estaba presta a las 9.30 para apagar inmediatamente ese demonio. Ahora moriría de un infarto si tuviera que esperar a que dieran el tiempo cuando en Murcia no se necesita ni un segundico para adivinar el cielo. Con el paso de los años, nos quitaron el puerco de comer y al otro, que murió en la cama, y nos robaron también la conversación porque a la tele se unió el móvil. Ahora nos atiborran de información para que engullamos el miedo a abrir la boca tanto para ingerir alimentos como para hablar libre o valtonycamente. El yogurt natural era como el último mohicano, quizá acompañado de una sosa ensalada, de aquello que era un festín. Hoy Salzillo lo tendría crudo para reproducir la última cena. Qué cruz. 

NOS QUEDA LA PALABRA. La Opinión de Murcia, 22 de septiembre.

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