Cara y
cruz
Como el eclipse. Quince años esperando el fenómeno, tantos como la gélida crisis que nos circunda,
y todo se nubla. Se oscureció el sol por partida triple: el gris de los últimos
estertores del invierno; la siempre juguetona luna y, en fin, la atmósfera
imperante. Tras las esperanzadoras palabras de Luis de Guindos sobre Murcia,
felicitándonos por nuestras cuentas en consonancia con la visión que ya
demostró en otros lares, y las no menos dichosas promesas electorales de este
año de cambios estaba en pleno giro vital hacia el optimismo; impulsado, como
una peonza, por el encadenamiento del Día del Padre (19 de marzo), la Felicidad
(20) y la eclosión de la primavera (21). Con ese espíritu, metí en la mochila
un libro de Punset sobre positivismo para ojear a la sombra de un melocotonero
bajo el arrullo del Segura. La mañana quiso que amaneciera fría, aunque los
campos de Cieza se despertaban con los mejores colores, sólo empañados por la
nube de humo con la que los agricultores combaten las heladas. Los seguros
agrarios no se han librado del recorte, de la poda de los recursos públicos, lo
que obliga a los agricultores a prácticas olvidadas, prendiendo hogueras para
salvar la cosecha. En torno al fuego, pero como signo de estos tiempos y
teniendo como protagonistas a los desalmados que buscan el beneficio rápido,
que no el sustento que siembran los agricultores, su espectacular valle ha
sufrido dos incendios, quizá avivados por leyes que permitirán construir sobre
la tierra quemada. Desde su atalaya, desde Siyasa, la esplendorosa naturaleza,
la historia de sus fundadores y la buena gente de la ciudad actual, aunque no
faltan quien ve con recelo a los primeros moradores, nos muestran que aún hay esperanza
aunque todo tenga una cara y una cruz. Ya saben, como dice Hacienda, Caritas y
el PP la misma cosa es. Blanco y en negro. El derecho y el envés.
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