sábado, 11 de julio de 2015



Sin boinas

Ríase de los paletos. Los programas de cotilleo, las películas de tópicos y los concursos con animales rompen los registros de audiencia en plena despoblación del medio rural.  El desprecio a lo pueblerino -que define el diccionario tanto como perteneciente a un pueblo pequeño como persona de poca cultura- nos lleva a los urbanos a sentirnos superiores. Un sentimiento que crece desde que en la Edad Media los más osados abandonaron el campo empujados por las máquinas agrarias y por sus homólogas industriales que acogían las nuevas ciudades. “Ocho apellidos vascos” o similares series enológicas sucedáneas reducen la rica diversidad a la risa floja o a la carcajada contra lo diferente. Prepárense a retorcerse sin racanería del seny catalán en una nueva secuela pues seguro que en la taquilla cuela.
Tanto recochineo como el que genera un oso tocando la flauta o la mierda sobre la que intentan salvarnos los programas de cotilleo. El circo siempre ha tenido su público, pero el de peor calaña, que ridiculiza a las personas y a los animales, siempre se había achacado a las aldeas más retrasadas. En las ciudades no se cotillea ni se aplaude la cabra malabarista. Nosotros somos más finos, pero el share nos descubre los peores instintos. No es el campo ni la naturaleza lo que nos embrutece, como diría Rousseau, sino el empeño en reducirlo todo al tamaño de la telebasura o al comentario fácil, sin más ideas ni sustancia. Desde la casa de adobe de Siete Iglesias de Trabancos, un pequeño pueblo de Valladolid donde llegaba La Opinión para disfrute de mis padres y abuelos, donde sobreviven mis mejores recuerdos miro al cielo y pienso en los buenos momentos compartidos, seguro de que la tontería es lo primero que emigró.
LA OPINIÓN DE MURCIA / NOS QUEDA LA PALABRA 11/01/2015

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