Salud
Sabe
que en ello le va el plus salarial y la posibilidad de seguir
dirigiendo el hospital tras su privatización, por lo que no duda en
afinar su bisturí para cercenar, con la coartada de las vacaciones, el
máximo de plantas, siguiendo la receta de los hombres de azul. Hace
tiempo que dejó de preocuparle el bien común y únicamente recala en el
suplemento que, por recortar gasto, adorna su nómina cada año.
Desconoce, sin embargo, que enfermos, familiares y personal sanitario
aprovechan el largo día que marca el solsticio de verano para preparar
la contraofensiva e impedir el cierre de las dependencias. “Este año no nos
moverán”, resuenan las desconchadas paredes con blanca esperanza, que
reluce aún más por la decisión firme de los pacientes y trabajadores de
defender, cama por cama, el Estado de Bienestar. Tras el último zumo o
café con galletas, cuando la luz roja apaga el trasiego de los pasillos,
las ruedas de las camas, sillas y soportes de donde cuelga el
suero taponan las entradas. Por el resquicio de las
capadas ventanas recobran la vida lanzando sus proclamas y versos en la
cálida noche. No son números, recuerdan, exhibiendo la noticia que habla
de la reducción de 30.000 empleos en la sanidad pública durante los dos
últimos años. Con el día, con la marea, los que pueden salen a la calle a protestar mientras el
resto se queda de guardia para que no se cuelgue el “cerrado por
vacaciones”. Por la tarde, sobrados de corazón, tienen previsto asaltar
las plantas nobles donde se encuentran los despachos para, sin
anestesia, trasplantar el cerebro, si lo encuentran, de los que sólo
buscan dar la puntilla al sistema público de sanidad. En Belltvige han
logrado mantener abiertas las tres plantas amenazadas. En La Arrixaca se
ha reabierto la sexta un día después de ser clausurada. En Elche, hasta la
concejala de Sanidad del PP ha dimitido por la degradación del servicio
sanitario en verano. Ahora si merece la pena vivir. Salud.
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