No estamos muertos
Miedo miedo es
vivir en las alcantarillas y soportar como entre sus mugrientas paredes algunos se
empeñan en alardear de aire puro, intentándonos dibujar un paraíso cuando lo
que anhelan es la paz de los cementerios. Aterrador es tener que acudir al
diccionario o al fiscal jefe para que nos aclare qué es corrupción, una palabra
que no admite trucos ni tratos. O blanco o negro y si se es un dirigente
político, sea del color que sea, más vale que el blanco sea impoluto, como la
cal que evita la peste. Más importante que el techo de gasto o cualquier presupuesto
son los cimientos. De qué nos sirve aprobar las cuentas si no nos trae cuenta. Lo
primero es lo primero y -lástima que haya que aclararlo- no es el dinero ni el
poder. Grima da cómo, en virtud de su afiliación, se disfrazan los mensajes
hasta la hilaridad, corroyéndose por dentro para acallar lo que dan ganas de
gritar. Nos prometieron la resurrección del servicio público, frente a tantos
años de apocalipsis provocados por el egoísmo privado, e intentan que traguemos
con la misma ración y hedor. Paladeábamos ya en nuestra imaginación colectiva los
huesos de santo, la delicia de pensar que nuestros gobernantes mirarían
únicamente por la regeneración y el interés general, y nos han vuelto a dar
calabazas. Córtese el cuello al que mata la mano o el pie para pastelear y dejen de pedir al común de los mortales que
esconda la cabeza del que aún no la haya perdido por situarse en el lado oscuro
de la crítica. Qué no nos den gato por liebre, festividad de Las Ánimas por
Halloween, aunque ciertamente en algunas profesiones escasean los santos. El
cielo nos lo ganamos nosotros; aguantando estoicamente que, día sí y noche
también, nos tomen por tontos o difuntos cuando, ciertamente, no estamos
muertos, que estamos dando caña.
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