sábado, 7 de febrero de 2015

De libro

Aunque uno sea un ignorante, sabe que privatizar un servicio público como la educación expulsa a los que anhelaban subir de clase. No basta con el incremento constante de las matrículas universitarias ni con el descenso, igual de persistente, de las becas. Ahora se cierra aún más la puerta de la educación superior obligando a realizar uno o dos años de master para contrarrestar el recorte de las carreras a tres años. Con el dinero como único objetivo de la acción política, se cambia el talonario por el mérito. Tanto tienes tantos títulos puedes comprar para continuar la saga familiar. Eso sí, si careces de cartera puedes fácilmente endeudarte de por vida, tal y como está ocurriendo en Estados Unidos, con miles de familias sufriendo la asignatura pendiente de pagar los estudios al no encontrar fácilmente un empleo digno. Ya saben, esa especie en extinción en España. Con estas leyes y con otras de igual calado, como el aumento de las ratios y la reducción en el número de profesores, se da carpetazo a la igualdad de oportunidades que garantiza una educación pública y universal, en el que cualquier joven pueda estudiar con independencia de sus ingresos familiares. Encima, se nos intenta convencer con argumentos peregrinos, como que supone un ahorro para las familias. Efectivamente, cortar la luz del interruptor y del conocimiento supone un ahorro, igual que el que están disfrutando aquellos que ya no compran medicina porque no pueden hacer frente al copago; los que se evitan el transporte hacia el trabajo porque carecen de él o los jóvenes que no tienen que pagar alquiler porque sobreviven con sus progenitores. Todo ahorro, todo disminución de los derechos y servicios básicos. No conformes con consagrar la desigualdad económica, el problema social al que debía enfrentarse cualquier país democrático, dan libertad a las universidades para que actúen en función de sus intereses, con independencia de la tan cacareada unidad de mercado. Es igual, todo da igual salvo mercantilizar la educación. Hacer negocio con el futuro de nuestros hijos o, lo que es lo mismo, de nuestro país, cortando a la sociedad en dos, cual Edad Media.

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