viernes, 15 de noviembre de 2013

La intifada
En la “palestina” murciana, alrededor de Abanilla, las chumberas nacen hasta en el tejado de las escuelas abandonadas. Su calle Trapería es la carretera secundaria que cruza los pueblos que van de Fortuna a Villena, sembrada de resaltos y del polvo del desierto. Tierra de frontera, sus vecinos intercambian el valenciano con el murciano y disfrutan, asimismo, de la 7 y de la 9, tanto miente, miente tanto.  Con los esqueletos de las promociones a modo de espejismo, el paso de un lado a otro de la raya sólo se percibe porque hasta el firme se desvanece cuando aparece el viejo cartel de “Costa Cálida”. Los colonos, faltos de algún oasis que les alegre la existencia, observan como la basura ha sellado su unión. Vertederos de mierda que asemejan lágrimas negras de las montañas reventadas por las canteras. En su universo de barrancos y cárcavas, con el rostro a la solana, sólo faltaba que la lixiviación de los vertidos incontrolados y corruptos penetrara en la tierra, apestando aún más su existencia. Unidos, valencianos y murcianos, han mostrado sus pancartas en el origen de la suciedad, pero en la ciudad de Murcia han percibido también el nauseabundo olor del tráfico de influencias. Su único consuelo es que la basura está de moda, aunque ellos no tengan Plaza Mayor para relajarse al olor del café y, eso sí, sufran, como el resto, la política educativa de Wert, al que en Bruselas han nombrado basurero mayor del Reino.

NOS QUEDA LA PALABRA / La Opinión 15 de Noviembre de 2013

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