Olor a rosas
No es cierto que el desuso atrofia el
órgano e, incluso, lo cercene para generaciones futuras, como defendía Lamarck.
Si fuera así, hace tiempo que el “homo sapiens” murciano habría perdido el
olfato tras acostumbrarse al hedor que se respira en numerosos municipios, con
independencia de su nombre. Prueba palpable de ello es que los jóvenes de
Alcantarilla tuvieron que ser desalojados de su instituto por el fuerte olor a
mierda que despedía una empresa química y les envolvió el lunes. Hace tiempo
que los mayores dejamos de percibir el tufillo que ha devenido en peste por
doquier. Es capital procurar que nuestros descendientes reseteen su nariz para
burlar los efluvios del detritus en que se ha convertido nuestra existencia. Es
vital si se quiere formar parte de aquellos que, como diría Darwin,
protagonizan la evolución. Ni oler ni ver ni tocar ni oír y tragar inmundicias
conformará el ADN de los sucesores de una sociedad sinsentido. La pervivencia
de la especie depende, como en el caso de otras, de la posibilidad de ser
clonados, cual ovejas de un amplio rebaño. Un lugar inhóspito donde son
expulsados los buenos pastores, como Izpisúa, especialista en regeneración, o
el poeta Gelman, ya en su parnaso. Del redil, no obstante, saldrán jóvenes
insensatos que, a pesar del hacinamiento y adoctrinamiento propio de la
educación actual, no soporten la putrefacción y salten a la calle para hacer
germinar, sobre el estiércol, una nueva primavera.
NOS QUEDA LA PALABRA / Publicado en La Opinión el 17 de enero de 2014
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