Tocando fondo
Tengo un amigo cuyo cuñado comparte fila del paro con uno que es vecino del
padre de un joven que se ha independizado tras encontrar un trabajo temporal de
3 horas a la semana para destruir los residuos de un hospital privado donde los
pacientes son también cifras. Otro conocido ya es abuelo y cuenta a sus nietos,
arrebujados entre las mantas para mitigar el frío tras una frugal cena fruto de
la mísera pensión, que hubo un tiempo no muy lejano en el que se creaba empleo
fijo e, incluso, existían empresas con responsabilidad social. Escuché a un joven
camarero valiente preguntar a su jefe que si tenía derecho a 20 minutos de un descanso
que encontraría al día siguiente en toda su extensión. Con los ojos abiertos se
quedan mis hijos cuando, tras las diarias y preceptivas asignaturas de
matemáticas y económicas, escuchan a su profesor de historia relatar las
condiciones laborales de las primeras fábricas. Les entra un sudor gélido,
igual de congelado que el salario mínimo, cuando comprueban que, efectivamente,
la historia se repite. Que sus anales, nunca mejor dicho, se han depositado
sobre nuestra existencia quizá para siempre, dado que los potentes medios de
propaganda distorsionan las estadísticas, los tozudos datos, y envenenan de
miedo nuestras mentes, contentas de tener la mejor ayuda para seguir la dieta propia
de los principios de año o de no se sabe qué siglo.
NOS QUEDA LA PALABRA / Viernes 10 de enero de 2014
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