Agosto
Agosto es
ideal para experimentar la ingravidez sobre el agua dulce o salada. Mirando a
la nada, con los oídos a medio sumergir y los píes sin tocar fondo, nuestro
cuerpo vuela lejos de la grave actualidad que nos inunda. Física e
intelectualmente, el estío es un espacio para reencontrarnos en nuestra
condición humana, buscando momentos especiales que el día a día nos roba.
Rutina repleta de política de basura, televisión de basura, relaciones de
basura, comida de basura, trabajo de basura, ocio de basura, etcétera de
basura. También hay una filosofía de
basura que nos invita a disfrutar de esos instantes mediante una sonrisa
perenne para que todo siga igual, inamovible. Frente a un invierno vital
ausente de compromiso y carcomido por las prisas, el verano nos da la
oportunidad de flotar entre la excelencia, lo fuera de lo común, en todos los
ámbitos: un buen libro o concierto sin mirar al reloj, una conversación pausada
en torno a una mesa improvisada, un acercamiento a ideas donde no prime el
mercantilismo, una mirada, un paisaje, un “off” de las declaraciones
provincianas que nos martillean todos los días. Caminar junto al horizonte e
iluminar cualquier noche oscura para observar, desde la hamaca o un centro
astronómico cercano -que la política pobre de espíritu no haya logrado cerrar-
la inmensidad del universo que todos llevamos dentro, capaz de cambiar el
mundo.
NOS QUEDA LA PALABRA / LA OPINIÓN
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